9
de Marzo:
Wake up time! Chateando con los colegas que nos alojarían a partir
del día siguiente y durante un mes en su casa, comenzamos a preparar
nuestras mochilas para viajar con destino a Venice Beach, Los
Angeles, California. Cruzamos al Foodland para disfrutar de uno de
los últimos cappuccino Kona french vanilla que beberíamos y según
esperábamos a The Bus en la parada para ir hasta Honolulu, nuestra
fiel cámara Panasonic dijo basta, muriendo en un zoom.
Dos
horas de recorrido más tarde bajamos en el Ala Moana shopping center
para caminar hasta Waikiki beach, célebre playa de la city que se
extiende a través de una estrecha franja de arena, prensada entre
altos edificios hoteleros y el mar. Allí la peña, apretujada ya
fuera por el bañador o por la cantidad de gente que les acorralaba,
baila al ritmo de la banda que toca “Smooth” de Santana o se
fríe al sol, recostados encima de tumbonas con un Mai Tai en su mano y
otros varios encima de la mesa.
Escapando
de la masa fashion a pesar de quedarme con ganas de bailar borracha
bajo el sol, nos metimos donde la plebe suele comprar cosas cuando se
va de vacaciones a un sitio lejano: la zona de souvenirs. Lo mejor de
todo fue que entre tanto cutre regalo de ocasión, nos tropezamos con
una tienda que cerraba al día siguiente y tenía postales, posters y
pegatinas con pinturas del artista Christian Riese Lassen y a solo
$1. Luego continuamos camino hasta Kuhio St. para montarnos en el bus19 hacia el aeropuerto donde recogimos el coche de alquiler, ya que
nos convenía tenerlo por nuestro último día, antes
que pagar un taxi desde el north shore para volver al aeropuerto.
Aprovechamos el vehículo según lo planificado para comprar
regaletes familiares e ir hacia el Wal Mart de Pearl City donde días
atrás, habíamos llegado de chiripa para ver los mismos souvenirs
que en otros sitios, pero mucho más económicos.
Con
nuestros estómagos bailando la danza de la hambruna cogimos la 99
hacia el norte y aposté con mi compañero que nos cruzaríamos con
un Taco’s Bell antes de llegar a Haleiwa, ganándole una cena
gratis. Enfermos por haber comido rápido ya que nos congelábamos
debido al potente aire acondicionado del local, volvimos al coche y a
la carretera, librándonos de ser pillados por un patrullero que
vimos escondido a la entrada del pueblo, justo detrás de unos
arbustos; es así y ya no tengo dudas… en USA la realidad supera
con creces la ficción. Nuestras últimas horas en el archipiélago y
su tan acogedor bochorno nocturno, llegaban así poco a poco... a su fin.
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