25
de febrero: Pájaros
patones cantarines, gallos gritones, mar, sol caluroso un día más y
a levantarse en un camping, despejado ya del bullicio de un fin de
semana repleto de gente. Como me vuelvo insoportable e impaciente
cuando tenemos este tipo de conflictos, Alex solo se digna a pensar con
tal de no escucharme más y comenta la posible solución de quedarnos la próxima semana en los shack pero al preguntarlo
en recepción, le atiende la vieja nº2 agradeciéndole la honestidad
de haberle comunicado que era nuestra segunda semana pero que lo
preguntaría y dejaría una nota en recepción con la respuesta. Montamos
en nuestras verdes bicicletas porque... estaba claro que no íbamos a
perder más tiempo en su modus
operandi
de preguntas y respuestas, haciendo una breve parada en el super de Kahuku, para coger
provisiones y pasar el día en las playas del north shore.
Después
de lo sucedido con el idiota del brasuca, preferí escoger otro sitio
donde ponerme bien alejado de donde solíamos estar; encontramos
otra entrada a la playa del pico, una poco antes de la urbanización,
pasando una barrera que daba a un parking cerrado. El mar estaba un
poco pasado para el gusto de Alex, así que continuamos pedaleando
por el carril-bici hacia Sunset beach y la típica batería de
coches aparcados, Pipeline y su petado parking, el callejón de Rocky point hasta
llegar al Foodland de Shark’s Cove, para echar un vistazo a los
cartelitos del tablón de anuncios, antes de preguntar la
disponibilidad en el backpackers donde se habían alojado los colegas
canadienses. Encontramos uno que coincidía con un nº de teléfono
que habíamos apuntado de craigslist y al llamar, atiende una mujer
con voz de colgada según Alex, quien le explica que buscábamos
habitación solo por una semana y bla bla bla…, quedando en que
pasábamos justo en ese momento a verla. Las indicaciones que había
entendido mi políglota compañero, eran de una casa con una silla
blanca en la puerta, en el mismo camino del carril bici y a unas 12
casas de Shark’s Cove. La encontramos y lo más curioso para mí
fue que esa casa me había llamado la atención al pasar, no solo por
el cartel que tiene y dice “Welcome
to the North Shore”
sino porque un pensamiento cruzó mi mente: el decirle a Alex “Y si
preguntamos acá?”, pero me respondí a mi misma que sería una
locura golpear la puerta de una casa cualquiera y preguntar si sabían
de alguien que alquilara habitaciones.
Al
llegar salió Maureen, una mujer alta, rubia, delgada, muy guapa y
con el pelo recogido en una coleta alta, que combinaba con gafas
rectangulares de un cristal azul. Me presenté y comencé a contarle
que estábamos acampando en Malaekahana y la historia de por qué
buscábamos habitación, mientras nos hacía quitarnos las chanclas
en la puerta y pasar a la casa. Le conté que la necesitábamos para
la semana siguiente porque yo, sencillamente, no podría disfrutar de
esta semana de vacaciones sin saber si tendríamos un sitio para
nuestra última semana o no. Mi típica elocuente sinceridad se
activó y por suerte funcionó… ella era una de las mías. La casa
y la habitación eran perfectas y ella nos dijo que no tenía
problemas en alquilarnos la habitación ahora que nos conocía, pero
que prefería se la dejáramos pagada para tranquilidad de ambos y
así también, podría quitar el anuncio del Foodland. Fuimos al ATM
a sacar la pasta, le pagamos y a pesar de que Alex me preguntaba si
sería seguro darle 300$ a esta tipa, yo le decía que ya no teníamos
nada de que preocuparnos. Volvimos a dejarle la pasta y nos quedamos
en la puerta de su casa, charlando como dos cotorras; luego de darnos
su tarjeta donde apuntó el importe que le pagábamos, junto a su
firma y la llave de la casa (sé que nada de esto tiene valor, pero
me demostraba lo honesta que estaba siendo con nosotros para nuestra
tranquilidad), mientras me contaba que el apellido de la tarjeta no
era el suyo real y que se lo había cambiado porque el de su familia
le daba mal karma; que estaba escribiendo un guión para vendérselo
a un amigo, del buen rollo que le habíamos dado y que era masajista
pero su negocio bajaba bastante en aquella época del año. La
conversación continuó hasta hablar de momentos de cambio personal y
terminó prestándome un libro de Eckhart Tolle, comentándome que lo
había visto en el programa de Oprah y que a ella le costaba un poco
entender.
Sin
preocupaciones y con la única ocupación ya de ir a la playa,
volvimos a V-land y todo tenía otro color… ¡hasta había buen
surf! Alex tiró recto hacia el agua mientras yo me quedé totalmente
enganchada al libro que me había prestado Maureen. Solo con las
primeras páginas empecé a ser consciente de lo idiota que había
sido al envenenarme tanto el día anterior, cuando la solución
estaba llegando… mientras yo calentaba motores un día antes de que
la carrera empezara. Tuve suerte de no reventar.
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