24
de febrero: Llueve
desde la mañana temprano. Mi humor y energía se mimetizan para
tornarse tan inestables como el día. Desayunamos y mientras Alex va
a preguntar a la vieja, nuevamente, qué pasaría con nosotros, comencé a organizar la ropa en bolsas y a poner toda
la comida dentro de una caja, temiendo cual sería la respuesta. Le responde que había hablado con el manager y seguramente
deberíamos mudarnos de sitio por la próxima semana, aunque primero
quería hablar con nosotros. Llegó Alex a darme la noticia y al rato
cayó el hawaiano en su pick-up blanca, con la estúpida
excusa que podía darnos solo una semana más, porque esa era la
forma que tenían de evitar que la gente se quedara a vivir en el
camping (Whaaaat??),
y que aún así, si quisiera darnos más tiempo le ocasionábamos un
problema ya que otra gente se enteraría y quejaría.
Lo
absurdo de todo esto es que:
1º-
No vivimos cruzando su charco yankee, sino que viajamos desde la otra
mitad del planeta tierra para acampar allí, claramente sin ninguna
intención de quedarnos a vivir y ...
2º-
Habíamos dejado BIEN claro desde el primer día cuando hicimos el
check in, que necesitábamos quedarnos, si era posible, hasta el 10
de marzo y que podíamos enseñarles el pasaje de regreso, si era
necesario. Más allá de la indignación y tremenda calentura que
tenía, por recibir esta información en aquel momento y no cuando lo
pregunté la primera vez, lo que más me cabreaba era que si su
política es dejar acampar a la gente como máximo, una semana,
deberían ponerlo en alguno de todos esos papelitos que tienen con
las normas del camping o en su defecto, con un gran cartel en la
frente de la arrugada vieja hippie, que tenían como recepcionista.
Sentada
en la mesa de pic nic del 3-K me puse a despotricar con la vena del
cuello hinchada y dando voces en español, contra el gordo hawaiano,
la vieja pasota, la isla de Oahu al compararla con las otras islas
donde estuvimos, los Estados Unidos y hasta contra la gata que parió
a Peluche. Estaba furiosa desarmando la tienda, llevando las cosas
del 3-K al 3-F, hablando sola mientras hacíamos la mudanza y con la
cabeza yendo a mil, tratando de encontrar una solución para nuestra
futura situación de homeless.
Tan futura, como que teníamos poca pasta y solo una semana para
encontrar donde dormir, lo más cerca al north shore, claro está,
porque en bicicleta no podíamos ir muy lejos. Negro, veía todo
negro.
Una
vez que terminamos la mudanza al nuevo sitio y acomodamos nuestras mil
y una pertenencias (es increíble lo que uno llega acumular en una
sola semana de estar instalados), decidimos ir hasta lo de Ronnie
McDonald’s a pagar wifi y buscar en craigslist un nuevo hogar. Sin
nada pero con 4$ en quarters
que Alex se encontró en el teléfono público, volvimos pedaleando
al camping y nos encontramos con que nuestra nueva amiga, la gata
Gordi, nos esperaba sentada en la mesa del 3-K. La traje caminando
detrás mío hasta el 3-F para que se acomodara en la silla de tela
que teníamos en la puerta a dormir, mientras nosotros cenábamos y
más tarde, dormíamos no tan plácidamente como lo hacía ella. A
mitad de la madrugada mi mente me despertó sin poder parar de pensar
en que sería de nosotros; a veces, tener un compañero con un
cerebro tan poco colaborador junto a mi ser tan dramático, tiene
molestas consecuencias.
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