Malaekahana shack |
16
de febrero: La
mañana nos despertó con el sol calentando la parte trasera de
nuestra cabaña, que descansaba junto a la orilla del mar. Mientras
yo preparaba el desayuno en una de las mesas del camping y Alex le
ponía parafina a la tabla, un chico rubio, con el pelo corto y rizos
en las puntas, le preguntó si tenía pensado surfear en esta playa.
Alex respondió que no, que saldríamos hacia el north shore porque
allí no había olas más que para aprendices y mientras el muchacho
asentía con la cabeza, mi compañero le ofreció si quería venir
con nosotros en el coche. Le comentó que estaba con su novia y como
no teníamos problema, ella se acercó se presentó y como era de
esperarse, a los dos segundos me olvidé cuál era su nombre.
Pusieron las tres tablas en el techo del coche y las sujetaron con
los racks del muchacho (que aún sin coche, venía mejor equipado que
nosotros dos) y partimos hacia V-land.
Al
llegar los 3 fueron directamente hacia el mar mientras yo me quedaba
con mi rollo en la playa, hasta que al rato y ya con la chica fuera
del agua, se acercó un brasileño y se puso a charlar con nosotras.
Se llamaba César, nos dio su tarjeta de visita (como casi todo el
mundo por aquí, parece inevitable tener una business
card)
y argumentó que se había acercado porque pensaba que yo era
brasileña como él, por la forma que tengo de gesticular al hablar. Luego de hacer un poco de relaciones públicas, se fue al mar a
practicar un poco de stand
up paddle surf (Sup),
remando parado en un tablón hacia otro pico. Más tarde volvimos al
camping y como le había dado unas caladas al canuto que fumaba César
con unos colegas, más la birra que tomé con la comida, me fui
directo a echar una siesta mientras los chicos volvían al north
shore a pegarse el último baño del día al atardecer.
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