Pic by Robert Rivard |
15
de febrero: Nos
despertamos sobre las 9 de la mañana, desmontamos la carpa y nos
fuimos en coche hasta el Foodland para desayunar capuccino con
donuts, comprar el periódico y hacer tiempo hasta que abrieran la
recepción del camping; tiempo perdido solo porque “caprichito”
Alex, no quiso llamar al camping desde Big Island y reservar con
antelación. La pasividad de mi compañero de viaje para la toma de
decisiones después de casi dos meses dando vueltas, había colmado
realmente mi paciencia. Pero él solía tener más suerte que cabeza
y al regresar, la oficina ya estaba abierta así que hablamos con la
vieja de turno y le expliqué que como no tenían sitio el fin de
semana, habíamos pensado coger un shack
hasta el domingo pero que por favor, nos reservara plaza para acampar
desde ese día en adelante. También le comenté que necesitábamos
acampar hasta nuestro regreso a Los Angeles el 10 de marzo y que si
necesitaba nuestro pasaje de avión, no tenía ningún problema en
imprimirlo para dejárselo. La vieja respondió, luego de mover los
mismos papeles de un lado a otro de la mesa y fijándose en su
previsión de ocupación cuadriculada, llena de apuntes a mano,
colores a boli y rotuladores fluorescentes, que sí podíamos
quedarnos dos noches en las cabinas y que también nos reservaba
sitio de camping a partir del domingo, pero que para quedarse más de
una semana era “Up to the manager”, el poder renovar.
Dijimos,
Ok, porque… ¿Qué te lleva a pensar una respuesta como esa? Al
menos, para mí, que si uno no ocasiona problemas, podríamos renovar
por una semana más y así, sucesivamente. ¿No?
Dejamos
las mochilas en nuestra nueva casa, más de paja que de madera, para
partir hacia Honolulu y hacer una compra de comida para varios días,
porque habíamos decidido que no alquilaríamos más coche y que Alex
se compraría una bici para ir con la tabla hasta los picos del north
shore, mientras yo llevaba las provisiones montada en el bus,
comprando el pase mensual que costaba unos 40$. La noche anterior habíamos estado mirando por craigslist bicicletas, pero ningún anuncio ponía número de teléfono así que
enviamos mails y esperábamos encontrar alguna respuesta, al volver a
conectarnos. Pero en el periódico encontré un anuncio de una bici
con rack para la tabla que costaba 50$ y como también quedaba en
Honolulu, pues hacia allí marchamos. La compra queríamos hacerla en
el Wal Mart, igual que en las otras islas, más que nada para ahorrar
un poco de pasta, pero lo único que sabíamos era que quedaba en
algún lugar de Pearl City. Fuimos por la 99 que está bastante menos
concurrida que la Kamehameha y siguiendo solo mi instinto gatuno (y
algún que otro mapa gratuito), llegamos al mismísimo Wal Mart. A la
salida, Alex llamó al anuncio (después de haberme negado en rotundo
a hacerlo, copiando sus maneras, ya que si él no llamaba, se
quedaría sin bici y sin surfear, así que… ¡a despabilar!) y con
su increíble manejo del inglés, obtuvo alguna que otra dirección
para encontrar donde vivía la dueña de la bici que según creía
Alex, debía ser una vieja que no sabría ni como llegar a su propia
casa. Fue así que con una calle apuntada en la mente de mi compañero
y en su interpretación del inglés, nos metimos de lleno en la H-1
del caótico Honolulu hasta dar con la salida de la carretera para
hacer una segunda llamada de teléfono a la vieja y llegar a su casa,
para conocer la oxidada y pinchada bicicleta de su nieto.
Regresamos
al centro de la city sin bici y buscando señal wifi junto a un
enchufe, terminamos sentados en el centro comercial Ala Moana cerca
del Apple Store, sentados en el borde de un cantero de los pasillos
centrales, enchufados y revisando los mails buscando alguna otra bici
a la que llamar, encontrando una playera que valía solo 75$. Ya con
mejores indicaciones que la vez anterior, Alex condujo de vuelta a
Pearl City hasta Laakea Place (o era Street?), para dar con un hawaiano de raíces asiáticas muy locuaz, que nos saludaba con las
manos negras llenas de grasa, como un buen mecánico. Nos contó como
llegó a tener tantas bicicletas que arreglar, gracias a un amigo que
trabajaba en unos apartamentos de verano y que para él siempre había
sido un hobby, hasta que comenzó a publicarlas y venderlas por
Internet. La que estaba terminando para darnos a nosotros era una
Kulana
beach cruiser Moon Dog
de color verde, con cambios y freno a contrapedal, comprobando con el
uso que los cambios en realidad pasaban de pesado, a mega-pesado.
Felices
regresamos con la bici atada entre el asiento trasero, el baúl y la
puerta del coche, casi perdiéndonos para llegar al camping por la
99; las carreteras parecen otras cuando conduces por la noche y más
aún, cuando apenas las conoces.
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