Buenas noches, costa norte |
14
de febrero: Abandonamos
la isla de los volcanes y sentados en la
sala de embarque al aire libre, del aeropuerto de Kona, yo escribo
y Alex chatea, negándose rotundamente a llamar a Malaekahana para
reservar el camping. A las 6.30 de la mañana comenzó a despertarnos
la musiquilla de O’Funkillo en el móvil, junto con las gotas de
lluvia que rebotaban en el techo de la carpa. A las 7 pude levantarme
al fin para empezar a recoger lo que queda siempre de último momento
en la carpa y darme cuenta, tarde, que nos habíamos olvidado de
reservar el coche… mierda. Desmontamos la carpa lo más rápido que
pudimos para que no se mojara más con la lluvia, que parecía
acercarse en forma de nubes bastante grises, (que al final terminaron
siendo solo gotas inofensivas, aunque en esta parte de la isla, nunca
se sabe).
Nos
despedimos de Tony de Kona, un viejo herido por practicar body
surfin’ que había navegado por Mallorca cuando era joven
y también de la simpática recepcionista, (de la cual nunca supe el
nombre) para partir en el Chevy Cobalt hacia el aeropuerto de Kona, a
120 millas (193 km) de Hilo, a las 8:15 de la mañana. Paramos para
comprar hamburguesas y café en Jack in the box y llegamos al
aeropuerto a las 11:50 exactamente; 3 horas y media después…. Una
pasada. Nuestro destino es The
Gathering Place,
Oahu, con la intención de regresar al mismo camping, si es que
logramos conseguir sitio porque sino, tocará dormir en el coche.
Aterrizamos,
llegamos hasta la oficina de Álamo y al recoger los papeles del
coche, Alex le preguntó a la chica que le atendía si nos podía
hacer un descuento ya que era la 4ta
semana que alquilábamos con ellos y la chica del mostrador lo único
que hizo fue… reírse, cobrarnos lo que tocaba y
darnos el mismo modelo de coche de siempre. Los americanos, encima de
estructurados, son unos ratas. Salimos del rent a car y pasamos por
las oficinas del County en Honolulu, para ver si podíamos pedir
permiso y acampar en un beach park. Bajé sola mientras Alex me
esperaba dentro del coche, porque era casi imposible encontrar un
sitio donde aparcar y en la puerta de aquel monumental Ayuntamiento,
un joven policía, bostezando, me indicaba que debía firmar para
poder entrar –flipa- mientras que el segurata que estaba detrás,
me decía que ya era tarde y que habían cerrado. Así que salimos de
la city
hacia el north shore para ir a Malaekahana y a pesar de saber que la
oficina estaría cerrada, queríamos ver si tenían sitio realmente o
no para acampar. Llegamos y sí había sitio, pero solo por una noche
y mi compañero pensó que quizás, sería mejor dormir en el coche,
por lo que yo pensé… ¿qué más da? Pero decidimos que al otro
día regresaríamos para ver si podíamos meternos en uno de los
shack (como unas cabinas pequeñas de madera, a 40$ la noche) que
tenían disponibles por el fin de semana y así poder empezar a
acampar a partir del domingo noche. Fuimos hacia el lado de Haleiwa
para buscar un sitio donde comer un poco y conectarnos un rato para
hacer números. Terminamos, como no, en un Mc Donalds junto a la
rotonda que conecta con la 99 y a pesar de que no pude encontrar
enchufes, pudimos conseguir señal de wifi gratis y nos ahorramos de
pagarle la conexión a Ronnie. Agotados del largo día de viaje en
coche, regresamos a la puerta de Malaekahana y aparcamos junto al
camping, en la entrada de la playa pública. Charlando y filosofando
sobre la vida hasta que, un hombre dentro de una furgoneta blanca,
bajó el cristal y no muy amablemente pronunció: “It’s
closed, you cannot be here”,
a pesar de que solo eran las 10 de la noche.
En
fin, estas cosas a estas alturas en este autoritario país de la
libertad, ya no me sorprenden; no fuera a ser que estuviéramos allí
dentro de aquel coche, planeando un atentado. Así que sin más
opciones que ponernos a dar vueltas buscando un sitio a oscuras y
lejos de la carretera donde dormir, fuimos conduciendo hacia Haleiwa
para ver como una furgoneta, sin rótulos de policía ni nada que la
identificara, bien de incógnito como en Hawaii 5.0, iba justo
delante nuestro hasta meterse en el beach park de Waimea, al mismo
tiempo que encendía su luz azul de policía y unos reflectores que
llevaba como luces delanteras para, como no, pillar a “quien fuera”
haciendo “lo que fuera” que hicieran y echarlos, tocarle las
pelotas o simplemente, meterles miedo. Yo ya, emparanoiada,
comencé a quejarme y a preguntarle al listo de mi compañero, hasta
donde pensaba conducir para encontrar donde dormir. Entramos en
Haleiwa y al dar unas vueltas por los parkings de los centros
comerciales, nos encontramos con otro coche de policía con la luz
azul levemente encendida, controlando la zona y aquí fue donde
empezamos... a discutir:
Yo: “¿Qué hacemos aquí aún, dando vueltas? No vamos a poder dormir en el coche, en ningún puto sitio, malditos yankees prosecuted”
Alex: “¿Qué mierda querés que hagamos?” mientras conducía por la Kamehameha, sin sentido, rumbo ni dirección. (¿Aún seguía sin darse cuenta, que en algún momento, en todo este viaje, lo mejor para reducir estos momento de tensión, sería que él también diera una posible solución… alguna vez?)
Terminó
aparcando, claro está, en el camping de Malaekahana, ya que él no
conocía nada más en la isla y empezamos a bajar la carpa, en
silencio, para finalmente elegir un sitio donde montar nuestro
chiringo por una noche, de una puñetera vez. Happy happy... Valentine's day.
Moraleja:
Si quieres conocer con quien te acuestas, viaja sin plan junto a él
o ella.
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