Vladimir Kush |
4 de Febrero: Me desperté y mi primer movimiento fue dedicado a comenzar la lucha contra las hormigas que invadían nuestro dormitorio-cocina-vestidor. Nos pusimos las pilas y totalmente decididos, fuimos hasta las duchas de agua helada para higienizarnos a los gritos, pero bien limpitos, regresamos a nuestra tienda para preparar el desayuno. A pesar de que la noche anterior le había dicho a Alex, que tenía ganas de quedarme en Lahaina las horas que hicieran falta mientras él se iba a surfear, finalmente lo acompañé. Partimos nuevamente hacia Kahului, paramos en Hookipa pero ésta vez con la tabla lista, donde peleó y remó con un mar un poco desfasado mientras yo, me pintaba las uñas de los pies, viendo toda la sesión muy cómoda desde mi butaca dentro del coche.
Almorzamos de regreso a la costa oeste en el camping, una olorosa carne enlatada que mezclada con pan, ketchup y pepinillos, sabía a cualquier cosa, menos a carne. Las sobras se las dimos a un gato que no paraba de maullarnos y después de recogerlo todo, nos acercamos hasta la “playa” del camping a fumar, hablar balleno para ver si se acercaba alguna amiga y yo, a practicar hacer “sapito” sobre el mar, con las piedras que había en la arena, que nunca me sale. Decidimos ir a pasear por Lahaina de noche, así que nos pusimos guapos y hacia allí nos dirigimos; yo quería volver a pasar por una galería de arte para apuntarme los nombres de los artistas, porque me alucinaron sus cuadros. Uno, el de los personajes caricaturizados que estaban hechos por Todd White y el otro, Chris de Rubeis, dibujaba sobre pedazos de aluminio a los que luego les echaba ácido, para darle un efecto de chorros de luz cayendo alrededor o sobre el dibujo. Increíbles. En aquella misma galería nos quedamos charlando con la chica que trabajaba en la cafetería ya que era argentina... realmente estamos desparramados por todas partes. Hijos de inmigrantes.
Continuamos paseando, galería tras galería hasta que lo encontré y me enamoré. Yo sabía que lo haría en Hawaii, pero nunca pensé que sería en Maui; allí mismo en Lahaina me enamoré, cuando conocí los cuadros en vivo y en directo, tamaño XXL, de Vladimir Kush. Puro amor. Mundos de fantasía con un realismo increíble, como si pudiera ver claramente en su mente todas esas imágenes que pinta. Me gustaron todas sus obras, no puedo ser objetiva, no way. Me enamoré… así de simple, ¿se entiende?
No hay comentarios:
Publicar un comentario