11
de febrero: Partimos
al mediodía desde nuestro hogar en Arnott's
Lodge, ya que habíamos comprado la excursión en el mismo
albergue-camping a un precio bastante más económico al menos, de lo
que marcaban las revistas
con descuentos, para subir hasta la cima del Mauna Kea, la montaña
blanca y panteón de ancestros hawaiianos, desde donde cientos de
astrónomos estudian hoy las estrellas. Nuestra misión era subir
como los nativos en busca de nuestro mana
-poder divino-, sentir la conexión entre el cielo y la tierra, ver
el atardecer desde la cima del volcán y observar los astros y
lejanos dioses en la oscura noche, sin grandes telescopios.
Liliuokalani Gardens |
La primer
parada que realizamos fue en los jardines
de la Reina Liliuokalani,
junto a la bahía de Hilo, para escuchar al
conductor-guía contarnos sobre el tsunami que asotó la costa de la
ciudad y luego recorrer, un precioso y cuidado parque con lagos,
atravesando sus puentes de estilo japonés para echar fotos a
pagodas, fuentes y árboles banyan. Una breve parada en el Wailoa
River State Park para echarnos una foto con el rey Kamehameha y
luego en la cascada Rainbow,
donde la leyenda cuenta que en la cueva justo debajo de ella, moraba
Hina, la madre del dios Maui. Nueva parada en un 7eleven cercano,
para comprar las provisiones y comenzar así, el ascenso por
carretera hacia la montaña más alta del Pacífico. Recorreríamos
unos 4.200 metros durante dos horas, haciendo breves paradas para
pedir permiso a los dioses antes de ascender, sentir el leve cambio
de clima al echar fotos al Mauna Loa y finalmente llegar hasta el
Visitor's Center, donde paramos
un largo rato para comer. Antes de que atardeciera, continuamos
camino arriba hasta la cima para ponernos la chaqueta de abrigo y
tirarnos bolas de nieve... increíble, nunca había visto en mi vida
tanta nieve junta y vengo a hacerlo justo en Hawai'i, donde el clima
es tropical. El día anterior me había enterado en el Astronomy
Center como la diosa Poli'ahu
había ganado terreno a Pele,
conquistando la cima del Mauna Kea y estableciendo su residencia en
invierno con un blanco manto, que cambia a rosa y dorado durante el
verano. Fotos desde varios ángulos a las grandes bolas metálicas de
los observatorios astronómicos que decoran la cima y aparcamos para
que Alex me abandonara, sin previo aviso junto a la furgoneta,
mientras se marchaba a escalar hasta la cima total del Mauna Kea, sin
mí. Un encanto el chaval.
Cima total de Mauna Kea |
Me quedé junto al resto de turistas
muerta de frío dentro de la furgoneta, esperando que el sol cayera
sobre el blanco manto de bruma y nieve, reflejando naranjas, rojos y
morados sobre nosotros. Una vez acabado el espectáculo, regresamos
todos a la furgo que nos condujo hasta una estratégica posición del
conductor-guía, desde donde nos enseñó con un láser, estrellas de
navegación que guiaron a los polinesios en sus viajes como también
nuestras conocidas constelaciones. Entre el cabreo por el abandono de
mi compañero, el cansancio del viaje y la falta de oxígeno, mi
regreso y el de unos cuantos hasta lo de Arnott, fue reposando
nuestros sueños en el cabecero de la furgo.
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